Educar
en emociones
Les enseñamos a montar
en bicicleta y a comer con cubiertos... Nos preocupamos por su destreza
matemática y su nivel de inglés... ¿Y de sus emociones? ¿Nos ocupamos de que
los niños distingan si están tristes o enfadados, de que puedan expresar su
rabia o su rechazo sin dañar a otros?.
Los padres nos preocupamos como nunca de que nuestros hijos estén preparados para una sociedad competitiva: controlamos que el sistema educativo les proporcione un buen desarrollo cognitivo y los apuntamos a todo tipo de extraescolares y de actividades complementarias para conseguir que los niños sean más inteligentes, más eficaces; en cambio, damos muy poca importancia a su aprendizaje emocional y este es fundamental, porque sin equilibrio emocional nuestro hijo no será feliz, ni le veremos triunfar en su vida, por muy preparado que esté.
Cristina
Gutiérrez ha visto pasar por la granja escuela que dirige, a más de 10.000 niños y niñas de
todas las edades.“Nos llegan muchos
niños con poca autoestima, que sienten que sus vidas no les pertenecen, fruto
de la sobreprotección de sus familias, y también vemos muchos con problemas
emocionales y de relación porque en casa viven incomunicados, volcados en la
consola y el ordenador, esperando a que lleguen sus padres de trabajar para
cenar delante del televisor y regresar a su isla”, comenta Cabría, pensar que las emociones se aprenden solas, a fuerza de sentirlas, pero parece
que no siempre es así, y que el equilibrio emocional requiere algunas
enseñanzas y, sobre todo, mucho entrenamiento.
A medida que los niños van desarrollando las emociones no saben lo que les pasa; pueden aprenderlo de forma natural, por experiencia, pero también podemos ayudarles y alentar ese desarrollo etiquetando sus emociones, enseñándoles a distinguir cuando están enfadados de cuando están tristes; y está demostrado que si los padres ayudan, los niños se relacionan mejor y entienden mejor lo que les pasa", asegura Purificación Sierra.
Bisquerra apunta que la falta de formación emocional se traduce en una impulsividad descontrolada y en una baja tolerancia a la frustración, “unas condiciones que, cuando coinciden con una inteligencia media baja, dan lugar a unas relaciones explosivas entre padres e hijos –sobre todo en la adolescencia–, y predisponen a actitudes de riesgo como el consumo de drogas, embarazos no deseados,conducción temeraria, violencia de género, depresión...”Como modificar el nivel de inteligencia es complicado, el director del máster en Educación Emocional de la UB considera que la mejor forma de prevenir todos esos problemas es desarrollar competencias emocionales para controlar la impulsividad y aumentar la tolerancia a la frustración".
Antonio Vallés cree que el esfuerzo de los padres para mejorar el comportamiento de los hijos acostumbra a centrarse en las normas de conducta y la disciplina “y, sin embargo, el conocimiento de las emociones y sentimientos de los hijos puede ayudar mucho a la comprensión de uno mismo y también a entender las causas de sus conductas”.
(Mayte Rius,LaVanguardia.com)
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